Se probó en Los Cebollitas el el 5 de diciembre de 1970, paso previo para llegar a las divisiones inferiores de Argentinos Juniors. Un amigo suyo de Villa Fiorito, Goyo Carrizo, se lo presentó al entrenador, Francis Cornejo.
"¿Estás seguro que tienes 10 años?", preguntó Cornejo. Y él no tenía documentos para demostrarlo su corta edad. Era sólo un talento sin edad. Los Cebollitas estuvieron 136 partidos invictos y están en la leyenda.
Cuando Maradona se fue a probar a Los Cebollitas, Cornejo estaba convencido de que era demasiado petiso. El DT se acercó a Diego y le preguntó si estaba seguro que era del sesenta. Y Diego, achicándose todavía más, algo asustado, le contestó que sí, por supuesto. Entonces el hombre le pidió los documentos y él se quiso morir... ¡No los tenía!.
Una vez que toda la familia convenció a don Diego para que lo dejara ir a la prueba en Los Cebollitas, hubo que esperar a que llegara al día clave. Fueron un par de días, nomás, pero a Diego le pareció un siglo. Al fin llegó. Entonces, una banda de niños de Villa Fiorito se tomó el colectivo 28 (el verde, como le decían) hasta Pompeya. De allí, el 44 hasta llegar al complejo de entrenamiento de Argentinos, que se llamaba Las Malvinas. Entre todos ellos, había tres pibes, el Diego, el Goyo y Montañita, que no se separaban ni un minuto. Eso sí, cuando llegaron, la decepción fue de todos: llovía tanto, pero tanto, que las canchas no se podían ni pisar... ¡Se suspendía la prueba! ¿Se suspendía la prueba?.
No había sido fácil para Diego llegar hasta allí: el permiso de su padre no valía para siempre, la plata para los boletos de colectivo costaba conseguirla, los entrenadores no tenían tanto tiempo como para andar yendo y viniendo con un grupo de pibes de Fiorito. ¿Habrá pensado Diego todo eso?. La voz de don Francis Cornejo, el entrenador, el descubridor de talentos, el conductor de aquel grupo que empezaba a nacer, lo sacó de su tristeza: "¡Vamos! Todos a la camioneta de don Yayo... ¡Nos vamos a otra canchita!". La camioneta era un Rastrojero algo destartalado y don Yayo era José Emilio Trotta, ayudante de Cornejo. La otra canchita resultó ser el Parque Saavedra. Allí se armaron dos equipos. Diego y Goyo entraron, juntos, en la segunda tanda. Si habían sido siempre rivales, no se notó.
Lo que más se notó en la comunicación futbolística entre ellos fue la amistad. Hicieron todo tipo de lujos y un montón de goles. Tantos, que Diego ni se acuerda cuántos fueron. Y aunque parezca mentira, ante semejante demostración, al primera reacción de don Francis no fue la mejor. El hombre pensaba que lo estaban cargando, que ese pibe flaco y bajito, con un montón de rulos en la cabeza, jamás podía tener nueve años.
Algo, la intuición tal vez, le hizo ver a don Francis que no valía la pena hacerse problema. Que lo único importante era que aquel chico siguiera jugando. Nunca imaginó que, poco tiempo después, tendría que ser él mismo el que mintiera sobre la edad de su fenómeno. Y no precisamente en el mismo sentido.
Al fin, Francis tuvo los documentos de Diego. Y más también. Porque si a alguien le tenía confianza don Diego y doña Tota para confiarles a su hijo, ese era don Francis. Así que el hombre lo llevaba a Maradona a todas partes. Hasta a los partidos con niños más grandes, lo llevaba. Parece increíble, pero así fue. Así como los brasileños ponen futbolistas más grandes en los torneos menores, Argentinos apelaba a uno más chico para jugar contra los más grandes.
Una vez, en la cancha de Sacachispas, contra Racing, el partido de los chicos de 14 años estaba duro, cero a cero y no pasaba nada. Francis le hizo una seña al petiso que tenía en el banco y lo mandó para la cancha. 11 años tenía Maradona y dos golazos metió. Chau partido. El técnico rival, que lo conocía muy bien a Francis, se le acercó, asombrado: "Pero, ¿cómo tenés a ese fenómeno en el banco?", le preguntó, sabiendo que Francis erraba pocas veces. "Cuidalo, que va a ser un genio", agregó. Francis sólo sonrió, le dio una palmada y se fue.
Otra vez, en un partido contra Boca, hizo lo mismo. Pero como ya todos conocían el nombre de Maradona, se lo cambió. En la planilla puso Montanya. La cosa es que ese partido estaba todavía peor: perdían tres a cero. Entonces, Cornejo mandó a... Montanya a la cancha. Enseguida hizo un gol, otro más, consiguieron el empate. Y en el último festejo, a los compañeros se les fue la lengua: "¡Grande, Diego!", le gritaron. Y el técnico rival se puso como loco, llegó corriendo hasta donde estaba Cornejo y le gritó: "¡Me pusiste a Maradona, hijo de puta!"
Maradona ya era todo un apellido, aún cuando la primera vez que apareció publicado en un medio se deslizó un pequeño error. Para Clarín, según publicó el 28 de septiembre de 1971, había un pibe con porte y clase de crack que se llamaba... Caradona. No aparecía así en las listas de los partidos de Los Cebollitas, que tenían una formación bastante estable: Ojeda; Trotta, Chaile, Chammah, Montaña; Lucero, Dalla Buona, Maradona; Duré, Carrizo y Delgado. Estuvieron 136 partidos invictos, todos registrados en un cuaderno que guardan celosamente Claudia, y en los últimos tiempos hacían giras por todas partes; hasta en Uruguay y Perú estuvieron. Y la serie se les terminó en Navarro, provincia de Buenos Aires. Pero la historia ya estaba escrita y también anunciaba lo que estaba por venir, tarde o temprano.
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