En la villa Fiorito, mil leyendas de diego recorren todos los días los pasillos oscuros y angostos; se meten en cada casita de chapas viejas, madera o simple cartón; reviven en las caras tristes de cientos de pibes con el futuro agujereado, igual que sus zapatillas
Un tal Diego Armando Maradona nació un domingo, y es imposible no caer en la tentación de atender el poderoso simbolismo futbolero que marco su primer impulso de vida. Hubo un grito de gol de médicos y enfermeros cuando por fin vieron salir a un morocho y morrudo varón luego de una larga seguidilla (el mito marca 11) de partos femeninos, en esa mañana en el policlínico de Lanús. Fue el 30 de octubre de 1960, a las 7.05, hoy ya casi una fecha patria a la que solo le faltaría ser feriado.
Jugar para vivir
En Fiorito había un mapa futbolero interno cuyos puntos cardinales eran cada una de las famosas 7 canchitas, las cuales todas cumplían con el requisito del piso pelado y polvoriento y los limites fidusos: el penal se cobraba a ojo.
En aquella Fiorito había códigos. En cada equipo mandaban los grandes. Ellos decían quien jugaba y quien no. Ellos cruzaban el otro lado de la vía para desafiar al equipo rival.
“En la villa había un crack en cada cuadra. Jugadores impresionantes. La competencia era durísima. Fiorito era una fábrica de futbolistas. Se jugaba todos los días y para entrar había que saber. Pero nadie se quería ir a los clubes. Ni a Talleres de Escalada, que quedaba cerca, ni a Lanús, ni a los Andes, menos a Yupanqui o Lugano. Todos preferían ganar playa ya. Era más fácil. Eso fue así hasta los 80, más o menos. Después la droga hizo estragos, se acabo el laburo, y gano el delito”, cuenta Beto Ramírez. La cruel realidad de la eterna crisis argentina.
“yo fui profesional de chiquito, jugaba para el primero que me venia a buscar” confesó Maradona de grande. La frase no es casual y mucho menos inocente: remite a los partidos por plata que empezó a jugar entre los 12 y 13 años. Había 2 modalidades. Una eran los clásicos entre los equipos del barrio. Se arreglaba el monto y el desafiante dejaba una seña, previo acuerdo del escenario.
La otra forma de jugar por plata eran los campeonatos relámpago, casi siempre los sábados. A simple eliminación, con monto fijo por ronda. A veces, la final se jugaba por todo el paquete. Se decía “plata o mierda”. El que ganaba se llevaba todo, el que perdía….
En este ambiente se crió Diego. Duro, pero a la vez previsible, No había grandes vicios. El truco, la pelota y el vino para los grandes. La mayoría conocía a la policía sólo por las fotos, por que ya en esa época la yuta tenía la entrada prohibida. Sin embargo, leyes no escritas regulaban conductas, premios y castigos.
“En fiorito nadie te va a clavar un puñal por la espalda. Si alguien te va a matar, lo va a hacer de frente y con motivos”, señala otra ves Ramírez. Así era la cosa. La atrición (robarle a alguien la mujer mandar en cana a los amigos, quedarse con un vuelto ajeno) se pagaba con la vida.
HISTORIA
Un tal Diego Armando Maradona nació un domingo, y es imposible no caer en la tentación de atender el poderoso simbolismo futbolero que marco su primer impulso de vida. Hubo un grito de gol de médicos y enfermeros cuando por fin vieron salir a un morocho y morrudo varón luego de una larga seguidilla (el mito marca 11) de partos femeninos, en esa mañana en el policlínico de Lanús. Fue el 30 de octubre de 1960, a las 7.05, hoy ya casi una fecha patria a la que solo le faltaría ser feriado.
Jugar para vivir
En Fiorito había un mapa futbolero interno cuyos puntos cardinales eran cada una de las famosas 7 canchitas, las cuales todas cumplían con el requisito del piso pelado y polvoriento y los limites fidusos: el penal se cobraba a ojo.
En aquella Fiorito había códigos. En cada equipo mandaban los grandes. Ellos decían quien jugaba y quien no. Ellos cruzaban el otro lado de la vía para desafiar al equipo rival.
“En la villa había un crack en cada cuadra. Jugadores impresionantes. La competencia era durísima. Fiorito era una fábrica de futbolistas. Se jugaba todos los días y para entrar había que saber. Pero nadie se quería ir a los clubes. Ni a Talleres de Escalada, que quedaba cerca, ni a Lanús, ni a los Andes, menos a Yupanqui o Lugano. Todos preferían ganar playa ya. Era más fácil. Eso fue así hasta los 80, más o menos. Después la droga hizo estragos, se acabo el laburo, y gano el delito”, cuenta Beto Ramírez. La cruel realidad de la eterna crisis argentina.
“yo fui profesional de chiquito, jugaba para el primero que me venia a buscar” confesó Maradona de grande. La frase no es casual y mucho menos inocente: remite a los partidos por plata que empezó a jugar entre los 12 y 13 años. Había 2 modalidades. Una eran los clásicos entre los equipos del barrio. Se arreglaba el monto y el desafiante dejaba una seña, previo acuerdo del escenario.
La otra forma de jugar por plata eran los campeonatos relámpago, casi siempre los sábados. A simple eliminación, con monto fijo por ronda. A veces, la final se jugaba por todo el paquete. Se decía “plata o mierda”. El que ganaba se llevaba todo, el que perdía….
En este ambiente se crió Diego. Duro, pero a la vez previsible, No había grandes vicios. El truco, la pelota y el vino para los grandes. La mayoría conocía a la policía sólo por las fotos, por que ya en esa época la yuta tenía la entrada prohibida. Sin embargo, leyes no escritas regulaban conductas, premios y castigos.
“En fiorito nadie te va a clavar un puñal por la espalda. Si alguien te va a matar, lo va a hacer de frente y con motivos”, señala otra ves Ramírez. Así era la cosa. La atrición (robarle a alguien la mujer mandar en cana a los amigos, quedarse con un vuelto ajeno) se pagaba con la vida.
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