A doce pasos. Un cuento de Alfredo Arri.
La culpa es una jodienda, Turco. Te juro: hay
noches que no me deja dormir. Se me aparece la
imagen del penal. Y se repite, como una tortura.
¡Era una final, Turco!. Cero a cero; con el empate
nos alzábamos con el campeonato. La Bombonera
estaba repleta; la hinchada, delirada. Tres o cuatro
minutos más y a la vuelta olímpica.
La policía estaba preparándose para contener a la gente,
ya lista para invadir el campo, cuando el loco Inti lo guadaña
al Pedrito en la puerta del área chica. Penal, ¡y andá a cantarle a Gardel!. La hinchada se lo quería comer al Inti. ¡Hay que ser loco, viejo! ¿Y quién se adelanta a patear?: El Quique… ¡el Quique! Bueno, no sé para qué te cuento todo esto si vos lo viste. ¿Estabas en la cancha, no?. ¡Ah!, lo viste por la tele. Y, sí, por la tele se vio mejor. Pero te cuento: el técnico de ellos gritaba desde el banco como un loco: ¡Pedro, patealo vos!; ¡que pateé Pedro!. Pero el Quique no le dio bola. Se le pegó al réferi y le dijo: “Dígale a este que salga del área, que pateo yo.” Pedrito, pobre, mirando al banco como un boludo mientras el árbitro lo empujaba fuera del área. Y el Quique ahí, Turco, a doce pasos, esperando que el refre pusiera la pelota sobre la marca para acomodársela a su gusto. ¿Querés creer que me miraba fijo el Quique? Estaba como plantado, con las manos en la cintura. Resoplaba como los búfalos de los dibujos animados. Escupía; me miraba con ojos de lechuzón. Sí, no te riás, en serio. Me quería comer con la mirada. Venir a patearme un penal. ¡El! ¡Justamente a mí! Te juro que me dio una cosa… Era jodido, Turco, muy jodido. ¡Había tanta cosa en esa jugada!
Los muchachos dicen que la bronca era por lo Patricia. Un poco de razón tienen. Pero no toda. La cosa viene de lejos. Lo de Patricia fue una más. Una grande… gorda; que nos distanció para siempre. Es cierto, pero la cosa viene de lejos. A veces pienso que desde la escuela. No puedo recordar el porqué, pero una vez nos trompeamos a la salida del colegio. A lo mejor la bronca viene de ahí. O de después, porque el Quique y yo hicimos la campaña juntos, hasta que él enganchó en Niuls y yo en Español. ¿Qué?. Sí, claro, el Quique empezó en Rosario, en Niuls. Sí, fue duro. Para él y para mí también. Mi viejo y el viejo de Quique se rompieron el que te dije para que llegáramos. Cada uno a su manera, claro; pero se sacrificaron. ¿Sabés a cuántos torneos de babi nos llevaron? ¡A miles! Ibamos a todos lados con una catramina de un tal Padula, que cada dos por tres se quedaba en la ruta. Sí, fue duro: ¡años!
Los viejos se llevaban bien. A veces pienso cómo podía ser. Era una cosa de locos, Turco, porque el padre de Quique es un abogado que está lleno de plata y mi viejo, en cambio, …bueno, era un pobre diablo. Y bruto como un ladrillo. ¿Querés que te cuente algo que tengo aquí, Turco, aquí desde que era pibe?: Las primeras rodilleras, los primeros guantes y los primeros botines profesionales que tuve en mi vida me los compró el padre de Quique. A mi viejo le daba medio como bronca, viste. Pero no se lo demostraba. Al contrario: se mostraba simpático con el abogado. Mi viejo decía que el padre de Quique también se mandaba la parte. Pero a mí no me pareció nunca que el padre de Quique fuese un falso. Es un tipo, cómo decirte… sencillo, viste. Quiero decir, no es un “rata cruel”. Y en esos tiempos se cuidaba de refregarnos los billetes que tenía. Se bancaba comer pizzas recalentadas o choripanes fríos. O dormir en pocilgas. Una vez en Pehuajó, Turco, en un hotelucho de décima, las pulgas nos sacaron de las camas. Sí, no te riás. De verdad. Nos tuvimos que levantar a la madrugada. Siete a cero perdimos el primer partido. ¡Qué lo parió; qué tiempos!
El viejo de Quique… no sé. No era por la guita que se había metido en ésa. Era como un berretín. Quiso ser futbolista, sabés, y no pudo. En la casa tenía una foto de él al lado de Labruna. La tenía enmarcada como uno de sus diplomas. El Quique decía que había llegado a jugar en la tercera de River. Andá a saber. Che, Turco, vos que lo conocés a Lujambio, preguntale. Ese tipo es una enciclopedia del fútbol…
¡Uy! Mirá cómo refucila. ¡Bigornias van a caer! Espero que no se largue hasta que lleguemos a Bahía Blanca. No me gusta la ruta con lluvia. Y el negro que maneja parece medio babieca. Y el otro, ¡miralo cómo duerme!
Mi viejo no. Mi viejo soñaba con la guita. “Sabés la torta que vamo’hacer”, me decía. El pobre era un laburante. Y bruto recibido. Toda una vida galgueando. ¡La puta madre, Turco: las veces que comimos pan duro! ¿Y la polenta?: Acá la tengo, Turco; ¡acá!
¡Pobre vieja! Se la pasaba mirando la foto de la parentela que había dejado en Italia. ¡Cuánto habrá soñado con volver a su pueblo! Por eso, cuando fui a Italia con la Selección me puse a llorar. ¡Si viviera la vieja!, me decía. El viejo estaba seguro que nos íbamos a salvar todos con el fulbo grande. Los billetes verdes lo obsesionaban. A lo mejor por eso le tenía bronca al Quique. Era inquina al padre, sabés, pero se la agarraba con el pibe. Le gustaba joderlo. “A ver si ponés más ganas vos”, le decía. Una vez le pegó. Fue en el baño de la terminal de ómnibus de Rosario. Así, sin ton ni son, le metió un mamporro. Estaba meando el Quique; el chorro le salió disparado para cualquier parte. Una vez se lo dije: “¿Por qué lo jodés; qué te hizo?”. Pero no decía nada, mi viejo. Resentimiento, sabés. A veces pienso que si en la vida hubiese tenido un poquito así de suerte el viejo no me empujaba a esta mierda. Era así, bruto. A mí me avergonzaba un poco. Delante del Quique, quiero decir. Otras veces sentía culpa por él; otras, bronca. ¡Porque el Quique le echaba cada mirada al viejo! Y a mí. Pero no era por mí, no: era por mi viejo. Un día me dije: Si de verdad hago la torta, el viejo lo largo duro. Pero no hubo oportunidad: cuando empecé a juntarla con pala mi viejo ya había muerto. Sí, murió joven también. A mí se me hace que no pudo soportar que mi vieja muriera sin conocer la buena. ¡Si estaba lo más bien!. Nunca chupó; había dejado de fumar… y un día, ¡pum!, se le paró el bobo y a la mierda. Te juro que…; te juro que lo lloré, Turco. Sí que lo lloré. Me acuerdo que cuando el Quique se apareció en el velorio tuve ganas de sacarlo a patadas. ¡Si le hubieses visto la cara que puso cuando se acercó al cajón! Como diciendo: reventaste, turro, por fin.
Qué sé yo. Por eso te digo: viene de lejos. Lo de Patricia fue mucho después. Cuando me llamaron para la Selección. Un día se apareció en mi casa y…bueno, qué querés que te diga, se regaló. Y sí, Turco, es así. Yo no entendía nada. Después, cuando la macana ya estaba hecha me dijo: “¿Por qué no le hablás al técnico para que llame a Quique? Aunque sea para hacer banco”. ¡Qué-hi-ja-de-pu-ta!
Y después, qué sé yo. Uno no es de fierro, viste. La Patricia está fuerte, y en la cama… bueno, de eso mejor no hablar. No, no, en serio, Turquito: sabés que no me gusta hablar de esas cosas. Y, no sé, nueve o diez meses salimos. Hasta que pasó lo del penal. Después de ese día no nos volvimos a ver.
Yo creo que el Quique lo sabía. Al menos lo sospechaba. Y si no, Turco, decime: ¿por qué se mandó él a patear el penal y no lo dejó a Pedrito? ¿Me vas a decir que no lo oyó al técnico? ¡Si gritaba como un loco!. además, vamos a ser francos, ¿cuántos penales pateó el Quique en su vida? ¿Cinco? ¿Seis?. ¡No más! Y siempre era lo mismo: fuerte, media altura, a la derecha, palo izquierdo del arquero. Eso lo sabía cualquiera. Y mucho más yo, que lo conocía desde el potrero. El, justo él, venir a patearme un penal a mí. Si nunca me pudo, Turco. ¡El Quique nunca me pudo! Fuerte, media altura, a la derecha, palo izquierdo del arquero. Además, hasta un arquero de cuarta se daba cuenta. Ponía una cara de gil que te anuncia con los ojos adónde va a poner la pelota. ¡Qué boludo, che!. Las cosas que te hace hacer la bronca. ¡Y lo que te hace hacer la culpa!
Era el campeonato, Turco. Vos sabés lo que es eso. Tuvimos que pedirles a los bosteros que nos alquilaran la Bombonera. Y la llenamos. Los negros estaban como locos. Y en la Bombonera no es lo mismo, vos lo sabés. Cero a cero. Tres minutos más y chau, a cobrar. Pero el loquito del Inti se mandó la falta en el área. Un guadañazo a lo bestia. Qué animal. Pito y a callar. Ni la hinchada protestó. Un silencio de tumba. Era para matarlo, che.
Sabés, Turco, que una vez salí con una minita que me dijo que esas cosas, como la que hizo el Inti, muy adentro de uno se hacen a propósito. Sí, sí; en serio. Una culpa. Por eso te digo, Turco: la culpa es una jodienda. No te deja dormir, y te lleva de una oreja a hacer cagadas.
Y esa tarde me agarró la culpa. Y sí; es así como te lo cuento. Cuando los cincuenta mil negros empezaron a gritarle al Quique el ¡uuuuuh!, a mí me sonaba como si me estuvieran metiendo dos camiones por las orejas. Sí; no te riás. Medio me marié. Me acordé de la Patricia, pidiéndome que ayudara al Quique; de mi viejo; del coscorrón aquél. De los guantes, los botines. Y también del viejo del Quique, que estaba en la platea. ¡De tantas cosas me acordé! Era el campeonato, lo sé; pero hay cosas que no podemos gobernar. ¿Me entendés?
Yo lo vi perfilarse. Sabía cómo venía: fuerte, a media altura, a mi palo izquierdo. Estaba cantado. Aunque lo hubiese querido disimular. Me agazapé y lo miré fijo. El puso cara de póquer. ¡A mí! ¡Justo a mí! Yo pensaba: ¿te pensás que podés engrupirme, Quique? Yo te conozco, sé cómo viene: fuerte y a media altura, a mi palo izquierdo. ¡OJo!. Ojo con la carrera que vas a tomar que lo podés patear afuera…
El refre pitó. El Quique inició la carrera. Venía como para ponerla justito al lado de mi palo izquierdo. Muy perfilado. “La tira afuera”, volví a pensar. Venía con la cabeza gacha, mirando la pelota. Pero, por un instante, levantó la cabeza; y en ese instante el Quique, con un movimiento que sólo yo podía interpretar, tiró los ojos a la derecha, hacia mi palo izquierdo. Venía con furia. Supe que me iría a fusilar.
Y entonces, Turquito del alma, no me preguntés por qué porque nunca lo voy a saber, cerré los ojos y, en el preciso instante en que oí el zapatazo contra el balón, me tiré hacia mi palo derecho. Sentí que mi cuerpo salía disparado como un resorte y faltó poco para que me comiese el poste con la cabeza. Con la cara afeité el pasto. Bueno, vos lo viste; no sé para qué te lo cuento.
Recién cuando oi que el estadio estallaba en un grito me di cuenta. Antes no. Te lo juro por esta Cruz y por la memoria de mis viejos: hasta que la hinchada no gritó no entendí qué era lo que había pasado. Cuando abrí los ojos y vi que la pelota estaba entre mis manos no lo podía creer. ¡En serio!. Preguntale a los muchachos: no me la podían sacar. ¿Ves estas manos? ¡Tenazas eran, Turco, te-na-zas!
‘
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